lunes, 30 de enero de 2012

Genealogía de mi buen humor

Quienes han amanecido alguna vez conmigo (en esta parte usted puede recordar y sonreír o sonrojarse según sea el caso) sabrán que en cuanto abro los ojos e incluso antes de rodar mi cabeza y despegarla de la almohada, me invade casi sin explicación alguna un buen humor que sería apropiado para un viernes a la noche pero no para, por ejemplo, un martes a las siete de la mañana (bien sabemos que los martes no tienen nada de especiales).
Esta cualidad de mi carácter me ha valido tantos halagos como críticas y aunque podría atribuírmela a mi propia cosecha en los años que llevo vividos y hacer alarde de una alegría ejemplar prefiero hacer público el origen de mi buen humor a fin de ayudar a aquellos que también sin razón alguna amanecen con cara de perro al que le acaban de pisar la cola.
El asunto es que desde muy pequeña y hasta la actualidad fui la mayor de cuatro hermanos, un número de niños que hace parecer pequeño a cualquier espacio físico habitable por una familia de clase media aunque por momentos fuera más clase tercia que otra cosa. Supongo que con el objetivo de optimizar el espacio y para que dormir y jugar no fueran opciones excluyentes, mis padres compraron dos hermosas cuchetas de pino que colocaron estratégicamente en nuestras habitaciones. Por ser la mayor, o al menos creo que era esa la razón, yo dormía en la cama superior de la cucheta, es decir, en la que si uno se recuesta boca arriba ve el techo en vez de ver una serie de maderas verticales que sostienen un colchón estampado con flores azules y verdes.
Al llegar la mañana mi madre llamaba uno por uno a los cuatro hermanos por su nombre para que se despertaran y se vistieran para ir al colegio. Los menores, es decir los hermanos que no eran yo, se deslizaban casi rodando sobre el colchón en el que estaban durmiendo y dejando caer su pie al lado de la cama lo apoyaban y sin mayor esfuerzo apoyaban luego el otro hasta poder ponerse de pie con una simple contracción de los muslos y sus pequeños glúteos. Ante la misma necesidad de despertar mi situación era completamente distinta.
Vaya a saber uno por qué la cucheta carecía de una escalera apropiada para ascender y descender de la cama superior, esto me obligaba a despegar rápidamente mi espalda del colchón y tomando un envión considerable (de lo contrario caería encima de mi hermana María Laura), saltar un metro al costado de la cama cayendo con mis dos pies juntos y mis rodillas flexionadas para amortiguar el golpe. Semejante muestra de ejercicio a tempranísimas horas de la mañana hacían que una vez puesta de pie cada una de mis células se despertaran al unísono sintiéndome a las siete de la mañana con una energía propia de las once. Además la necesidad de caer con ambos pies juntos evitaba la posibilidad de amanecer con el pie izquierdo que tanto mal le causa a la sociedad. El beneficio no termina allí, mientras que algunas personas dicen muy claramente “A mí no me hables cuando me levanto mal”, yo comenzaba a ejercitar una verborragia sorprendente que rara vez obtenía respuesta en mis seres queridos, la ausencia de timidez se deriva de las horas ganadas en lo que respecta a charla en comparación con quienes despertaban en una simple cama cercana al piso.
Así que si usted es uno de los ejemplares que habiendo dormido en una cama petisa tienen luego durante todo el día una cara de haber olido de cerca vinagre de vino y un humor propio de un inspector de tránsito, le sugiero que pruebe con comprarse una cucheta. Las de caño tienen lo mismos efectos que las de madera y puedo dar cuenta de ello porque me he tomado el trabajo de comprobarlo en carne propia. Con más cuchetas en el mundo habría más sonrisas en la calle y, no todos, pero gran cantidad de los problemas estarían resueltos al menos por la mañana y antes de que nos demos cuenta de que aún con buen humor hay seguir yendo a trabajar.

2 comentarios:

  1. Muy bueno cele y mucha razón, hoy estuve de vacaciones (mi penúltimo día) y regalé sonrisas por doquier! ja grandes verdades decis...

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  2. Siempre tuve la duda de como hacía la gente para despertar de buen humor (excepto fines de semana y feriados, por supuesto). Gracias por aportar esta nueva pista al asunto.

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