jueves, 29 de diciembre de 2011

Desnudez/2

Hay algo terrible que me está ocurriendo y creo que a esta altura del verano y la tormenta merece usted saberlo, no para que se arranque en un grito los pelos haciendo demasiado espamento ni para que acuda a redimirse devolviéndome a la normalidad. El asunto es que no puedo hacer otra cosa más que desnudarme y ya advertí en la cara de los vecinos que ésta no parece ser una buena costumbre. Me despierto a la mañana decidida a vestirme y no hay nada que pueda hacer al respecto, se deslizan lentamente las telas por mis piernas dejándolas a la vista de los obreros que arreglan el frente de mi casa y por mas delgadas que sean logran causar gran alboroto  y tiemblan los andamios .No hay botón que se resista más de un minuto en lugar que le corresponde. Saltan como eyaculados y ruedan por el piso provocando una graciosa lluvia de nácar. Los cierres se abren con ese silbido tan sensual que anticipa el sexo y dejan que se caiga todo lo que llevo puesto. 
Después de horas de lidiar con este grave problema que contraría los buenos modales y sin encontrar solución alguna, decidí un día salir a la calle así corriendo vaya a saber una qué clase de riesgo. 
Sabrá usted que por mi trabajo debo enfrentarme diariamente a jóvenes en plena ebullición de su sexo, pues bien, mi inevitable desnudez provoca en ellos una alteración de los sentidos tan particular que se refleja en la piel humedecida y la respiración entrecortada y que no permite el desarrollo normal de los menesteres propios de una institución educativa. Imaginará que ver correr por los pasillos adolescentes semidesnudas  que buscan  agua en los baños para refrescarse los pechos no constituye un clima adecuado para la enseñanza de las normas morales y el ejercicio responsable de la ciudadanía.
La verdulería es otro tema aparte, ¿sabia usted de la sensualidad que puede desplegar una mujer desnuda eligiendo naranjas y tomates frescos? tendría que ver en el rostro del verdulero, que esta parado detrás del mostrador junto a su esposa, las escenas que imagina! solo me atrevo a confesarle que abundan jugos y colores que se desparraman por mi cuerpo y otros tantos cuerpos más.
Por si aún no se ha dado cuenta, este problema me aqueja a causa de su deseo y no es que quiera culparlo directamente pero es justo que se entere que hubo una, o dos, tardes en las que sus ojos , quizás distraídos y sin intención alguna (lo cual lo libera de una acusación mayor) se detuvieron unos segundos en mi cuerpo y esos segundos fueron para mí horas en las que el tiempo se detuvo y su mirada me desnudó tan tierna y salvajemente que ya nunca pude volver a pararme frente a usted sin sentir en mis partes intimas el fresco del aire avisando que me encuentro como recién nacida, húmeda y abandonada a sensaciones extrañas. Tal es mi vulnerabilidad que solo mordiéndome la yema de los dedos alcanzo estremecimientos que me acercan al delirio y me obligan a rozarme con paredes y cortinas.
Es entonces el objetivo de este texto, que sabiendo usted mi problema y aceptando la responsabilidad que tiene en el mismo, tenga el buen gesto de acercarme a la brevedad alguna solución posible. De lo contrario puedo convertirme en una excluida y condenada por la sociedad, o en una nueva divinidad pagana. 

Desnudez/1

Hay una desnudez tan nueva en cada encuentro, cada vez que me desnudás y me mirás como si nunca hubiese sido mirada, como si mi cuerpo fuese todavía una intriga. 

martes, 27 de diciembre de 2011

Brindis

Un contador público bien podría ser un narrador de cuentos en espacios no convencionales, un hombre que se sienta en las plazas y las estaciones de colectivos a contar historias que escribieron otros. Pero este es apenas un cincuentón que levanta su copa para exigirte que trabajes más y mientras brinda se le abren surcos en el estómago, grietas inmundas por donde le supuran los amores que encerró en el cuarto de servicio. ¡Salud y próspero año nuevo!

domingo, 25 de diciembre de 2011

Mujeres/2

Pensaba que le dolía inmensamente cuando le brotaron flores azules de los pómulos grises. Creía que estaba cayendo derechito hasta su muerte cuando en un golpe de viento se le ahuecaron los huesos y empezó a planear. Pensaba que estaba enamorada cuando quiso decir te amo y vomitó una escalera. Se trepó y no volvió más.

Mujeres/1

El sol era un infierno el día que llegó desde su pueblo. Traía un bolso pequeño con más olvidos que equipaje y en la mano una moneda con una sola cara. Con el tiempo la ciudad la obligó al destierro y ya no perteneció a ningún sitio.