El
hombre que inventó tantos seres como hojas de un castaño, que dio a luz miles
de voces que atravesaron la selva, comenzó a olvidar.
Un
velo de nácar empañado cubre los cuerpos y debajo de las telas comienzan a
borrarse las piernas de la anciana. Ya no olerá a humedad el verano ni se
hamacarán en silencio los amores retorcidos. Desaparecerán de a poco las
fiestas imposibles y se quebrarán contra el piso los centenares de platos que
alimentaron al pueblo.
Intentan
recuperarlo invocando a sus hijos pero el hombre se sumerge sin saberlo en un
océano de ausencias. Amanece y mira alrededor con la inocencia escalofriante de
quien no tiene pasado como si hubiesen sido mentira las tardes en el patio,
como si jamás hubiese bailado entre sábanas blancas la más bella de las mujeres
que pisó esta tierra o aquella tierra o ninguna.
De
todos los dolores le tocó el peor, derivar por la vida sin imagen de la vida.
El hombre ya no sufre, olvidó cómo hacerlo, pero las ausencias de su boca
nos vuelven deudos de voces que quizás hablarán en otros ojos o en aquellos
ojos o en ningunos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario